lunes, 28 de septiembre de 2015

Veraneo

A veces me enojo con la poesía, me enojo con los que usan las palabras grandes por lo bonitas, me enojo con la palabra angustia; aunque no me angustio, me enojo con el que ningunea a los abismos, me enojo con el que no conoce el miedo sordo, patético, desesperado. Me enojo con quien se hace el  lindo desde lo feo, el que se hace inasible desde la vacuidad. Me enojo un poco, tiemblo un poco, respondo un poco, miro para adentro, para atrás.
Me enojo con el que alaba la niebla sin saber lo que es no poder mirar, con el que le puso un aerógrafo a una foto y se hace el ciego en un relato, me quedo mirando obscenamente a quien se revuelca en un charco de agua tibia y le escribe una oda al meo; me lo quedo mirando y no lo conozco, me lo quedo mirando y sé que tiene miseria, pero que su miseria no es esa, me lo quedo mirando como miraban las enfermeras críticas a los médicos que practicaban todavía sangrías.
Miro cómo otros los lamen alaban, miro con horror los constructos estéticos y personales acríticamente, olvidándo que yo también tengo uno; miro con horror como dándome cuenta como pensaba yo que era una laguna un enorme charco de meo, cómo buscaba guijarros lindos en su orilla para ponerlos en cuencos, cómo me sacaba fotos, me acomodaba el bañador, posaba para la cámara.